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Author Topic: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?  (Read 3059 times)

Offline lucas

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La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« on: January 13, 2019, 11:21:34 pm »
La Vigilante #1

El detective label se encontraba en su oficina dentro del departamento de policías. Había cerrado la puerta con llave para no ser molestado. Sobre su escritorio, abierto de par en par estaba el diario matutino. El artículo principal, que invadía casi toda la portada del periódico, estaba relacionado con su caso. Aunque esto, en ese momento, solo él lo sabía. Una mujer había atacado a un oficial de policía. Los testigos, dos adolescentes que habían sido golpeados por el oficial en cuestión, en un claro ejercicio de abuso de poder, relataron a los medios que una mujer con el rostro oculto los había salvado. Label estaba seguro de que se trataba de “ella”, incluso sabía que algunos dentro del departamento lo sospechaban, pero todavía no estaba dispuesto a revelarlo. Leyó otra vez la última oración:

“El joven oficial se recupera en el hospital Sagrado Corazón. La mujer, luego de romperle ambos brazos, huyó de la escena.”

Tras meditar unos minutos, Label destrabó la puerta y se dirigió a la sala de interrogaciones, donde estaban los testigos.


Mi nombre es Lisa. Fui contactada por la organización por primera vez cuando tenía trece años. Nunca supe quiénes fueron mis verdaderos padres. Mi familia adoptiva abusaba de mí de todas las formas imaginables. Donde crecí no existía un organismo que controlara o regulara adopciones como la mía. Estaba sola. Muchas noches mi padre sustituto se aprovechaba de mí. Luego, su mujer, celosa e incapaz de enfrentarse a su esposo, me culpaba y me golpeaba con un cinturón hasta hacerme sangrar. Todavía tengo grabadas a fuego en mi memoria y en mi cuerpo las noches en que mi padre regresaba al hogar ebrio y con ganas de usarme, me tomaba de los pelos y me llevaba a mi cuarto. Todavía escucho el llanto y los insultos de su mujer, se filtraban a través de la pared delgada que daba a su habitación, la misma en la que luego él se derrumbaba a su lado. Los niños en mi escuela se burlaban de la vida que me había tocado. No solo se burlaban de mí, sino que, algunos, sabiendo que yo sería cómplice de su silencio, ya que hablar resultaría más doloroso para mí que para cualquiera de ellos, me tocaban durante las clases, y cuando intentaba defenderme, me golpeaban sin piedad. Las autoridades del lugar también eran cómplices, no solo del acoso que sufría dentro de la institución, sino también de lo que sucedía en mi vida privada. Todos en ese maldito pueblo lo sabían.

Como decía, fui contactada por la organización el día en que planeaba quitarme la vida. Había robado un frasco completo de calmantes del cuarto de mi madre adoptiva. En aquel momento el grupo se hacía llamar HIPÓLITA, como la reina amazona. Me fueron a buscar a la escuela en una camioneta negra de vidrios polarizados. De ella bajó una mujer corpulenta que vestía un jersey gris ajustado, de esos con cuello, de tela liviana. Uno podía adivinar con facilidad que debajo había un cuerpo muy entrenado, sus biceps eran visibles a través de la ropa aunque no estuvieran flexionados, incluso los surcos abdominales se revelaban en su abdomen por debajo de la tela. En las piernas vestía unas calzas negras que apenas podían contener sus cuádriceps abultados. Nunca había visto una mujer así en toda mi vida. Me dijo que subiera al auto, que no tuviera miedo y que mi vida cambiaría para siempre.

Subí a la camioneta sin dudarlo.

No volvería a ver a mis padres ni a mis compañeros de clase hasta algunos años después.

Apenas subí a la camioneta, la mujer se presentó como Val. Me advirtió que tendríamos un largo viaje por delante y que era mejor si trataba de descansar un poco. No entendía qué estaba pasando, pero cualquier cosa era mejor a lo que podía encontrar dentro de la escuela. No me importaba si se trataba de un secuestro, quería ir hasta el final, quería saber si de verdad podía ser dueña de mi propia vida, porque para mí, la otra opción, la de sumisión, con la que ya vivía, se había agotado junto a mi paciencia. Había llegado a un punto en que prefería morir a seguir llevando la misma vida.

Desperté cuando la camioneta había entrado en un camino de tierra muy sinuoso que iba en ascenso. La camioneta se movía violentamente de un lado hacia el otro. Cuando espié por la ventanilla, no pude ver rastro alguno de la civilización que habíamos dejado atrás. Era un campo poblado de pinos y abetos muy juntos. Entonces subimos una última colina y la vi. Frente a nosotros se alzaba la casa más grande que había visto. Era una mansión rodeada por un parque inmenso y exquisitamente cuidado. En la puerta esperaba una mujer muy jóven, casi adolescente, que me dio la bienvenida entre risas. Yo no dije nada, estaba demasiado asombrada como para hablar.

Ya dentro del lugar, Val me pidió que me dé una larga ducha. Me dijo que mientras me aseaba quemaría mi ropa y me daría una muda nueva, y que luego alguien vendría a cortar mi cabello sucio antes de entrevistarme. Le pidió a la chica de la entrada, a quien ahora llamó Grisela, que me acompañara hasta el baño. Era una joven de rostro bonachón  poblado de pecas. Su pelo rubio caía suelto hasta la cintura. Era hermosa, y no pude evitar sentirme un esperpento a su lado. Parecía que recién hubiese acabado de ejercitarse. Una película de sudor cubría su rostro y llevaba una toalla al cuello. Caminamos por un pasillo decorado con plantas de todo tipo y cuadros colgados a lo largo de ambas paredes. Reconocí algunos, todos representaban mujeres fuertes de la historia. Grisela no debía tener más de diecisiete años y era un poco más baja que yo. Estaba vestida con un top de gimnasia y calzas azules en short humedecidos por el ejercicio. Mientras le seguía, observaba sorprendida su cuerpo. Aunque su espalda no estaba tan desarrollada como la de Val, cada uno de sus músculos, incluso los más pequeños, se tensaban con cada movimiento, se flexionaban y relajaban con una gracia casi felina; sus piernas, especialmente sus glúteos, parecían muy desarrollados y trabajados para una mujer tan joven, formaban curvas prominentes que daban la sensación de ser duras como el granito. Imaginaba la fuerza de ese cuerpo, las posibilidades sin límites, lo que haría yo con él si lo tuviera. Entonces volteó y fui a dar de lleno, todavía atontada por mi imaginación, contra sus pechos, y mis manos se aferraron a su vientre. Toqué sus músculos abdominales como si allí hubiera una pared de cemento cubierta por la suave piel, extremadamente dura. Sentí el sudor de su cuerpo entre mis dedos y me sentí extraña, con la cabeza liviana. No pude retirar las manos inmediatamente.

“Quieres algo así. ¿No?” Me preguntó entre risas.

“Sí”, pensé, pero no dije nada. Cuando finalmente quise retirar mis manos avergonzada, ella las tomó por las muñecas con un rápido movimiento y las sostuvo con firmeza, dejándome sentir un tiempo más la dureza de su cuerpo. Luego incrementó gradualmente la fuerza con la que presionaba y los músculos de sus brazos se tensaron, aumentando el tamaño y la definición de los mismos de forma casi antinatural junto a su fuerza, como si el control de Griselda sobre ellos fuese absoluto. ¿Cuánto poder podía albergar el cuerpo de una joven que apenas había ingresado en la adolescencia? Sentí un calor invadiendo mi cuerpo, trepando desde los pies hasta cabeza. Mis piernas se aflojaron y estuve a punto de caer. Entonces soltó mis manos, donde, sobre las muñecas, se habían dibujado dos líneas rojas, casi púrpuras. Todavía confundida y viendo que habíamos llegado al cuarto de baños, entré apurada y sin decir una palabra. Me apoyé contra la puerta ya cerrada, cerré los ojos y respiré profundo para tranquilizarme. Estaba segura de que Grisela, si hubiera querido, habría podido romper mis muñecas con facilidad. Al abrir los ojos, noté que el baño era enorme y estaba inmaculado. Una fila sin fin de duchas en cubículos privados se repetía hasta el infinito entre paredes blancas y luminosas. Caminé un poco y entré en una de las últimas duchas. Estuve bajo el agua mucho tiempo.

Luego de ducharme, aunque me encontraba en un lugar extraño y lejos de lo que conocía, sentí paz, como si entre las paredes de la mansión me encontrara en un refugio inquebrantable. Sentí que, si me recostaba sobre una cama, un sofá o el mismo piso del baño, podría dormir por semanas. Escuché la voz de Griselda llamándome desde la puerta y me entregó la muda de ropa que me habían prometido. Me dijo también que estaba por anochecer y que mi entrevista sería al otro día, temprano por la mañana, y que ahora debía descansar.


A puertas cerradas, el detective Label había discutido con su compañero hasta bien entrada la noche. Desde altas esferas de la fuerza policial, habían llegado órdenes de detener a la vigilante, viva o muerta, puesto que, creían, se había convertido en una amenaza para los mismos agentes de la ley. Al menos eso era lo que reportaban los medios, pero no era toda la verdad. La primera aparición de La Vigilante, como la llamaban aquellos encargados de investigarla, no había sido el caso de aquel ebrio que terminó con un hombro dislocado, inconsciente y maniatado sobre una de las calles más transcurridas de la ciudad. No. La investigación de Label había seguido un rastro más oscuro; con total reserva y sin la intromisión de los medios, el detective había situado a La Vigilante en un caso de homicidio.
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Offline lucas

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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #1 on: January 14, 2019, 08:19:41 pm »
La Vigilante #2
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Me despertó un fuerte pitido intermitente que resonaba en toda la mansión. Me habían ubicado en el ala de huéspedes, donde, me explicó Val, solían quedarse las nuevas reclutas de la organización. Era muy temprano por la mañana cuando salí de mi habitación, el lugar seguía sumido en la oscuridad de la noche. Escuché algunas conversaciones lejanas que no supe interpretar, provenían de más allá del hall central que unía ambas alas de la gigantesca estructura. Sabiendo que no podría volver a dormir, me dirigí hacia allí, donde empezaban a brotar algunas luces artificiales.

El salón principal, que hacía de recepción, era por lejos la sala más grande de la mansión, pero solo estaba decorado con una pequeña mesa y una silla donde se sentaba la recepcionista. Me percaté que no era Grisela, la joven rubia y musculosa que me había recibido ayer. Esta vez esperaba una chica asiática de unos veinticinco años. Vestía una sudadera blanca de tela liviana y no llevaba corpiño. Tenía los músculos pectorales muy trabajados. Aunque se encontraba relajada, sus pechos presionaban la sudadera de tal forma que daba la impresión de tenerlos operados, pero al no llevar corpiño, también se podía ver, un poco más abajo, sus pezones dibujados. Sonrió al verme salir de la oscuridad del pasillo. Se presentó como Midori y me dijo que Val llegaría pronto.

Mientras esperaba, vi cómo el lugar empezaba a cobrar vida. Decenas de mujeres atléticas vestidas con ropas cómodas para hacer ejercicio desfilaron ante mí, todas apuradas por salir, entre charlas animadas. Sorprendida, no pude evitar apreciar los físicos trabajados de aquellas mujeres. No solo eran increíblemente bellas y jóvenes, sino que era fácil intuir que habían empezado a trabajar sus cuerpos desde muy pequeñas. No podía dejar de imaginar la extraordinaria fuerza física que cargaban en aquellos músculos duros como la piedra. Algunas eran increíblemente altas, otras eran bajas, había mujeres orientales como Midori y también nórdicas como Grisela, quien se acercó a saludarme al verme. La rubia llevaba un top deportivo empapado en transpiración y jadeaba cansada. Las gotas de sudor descendían por su vientre bifurcándose en las profundas líneas abdominales y terminaban en una marca oscura sobre un short azul violentado por dos cuádriceps hinchados y abultados de manera casi antinatural. ¿Qué tan rápido podía correr esa joven de diecisiete años con esas piernas? ¿Qué haría yo con unas piernas así y con esa velocidad?

Grisela me explicó que a esa hora, bien temprano por la mañana, iniciaba el entrenamiento para las chicas. Duraba hasta cerca del medio día y se repetía todos los días menos los domingos. Me guiñó un ojo y confesó que algo muy especial sucedía esos días, y que si decidía quedarme no me arrepentiría. Luego desapareció por la puerta de ingreso y volví quedar sola, ya que Midori también había salido junto a la chica nórdica. No cabía duda, intentarían “reclutarme” para ser una de ellas. Quizás ellas también compartían secretos, pasados oscuros como el mío. Yo era una chica taciturna, enojada con el mundo. Llevaba un odio visceral en mis entrañas y una sed inagotable de venganza me carcomía el espíritu. Ellas, en cambio, parecían llevar vidas alegres. Pensé que el lugar era un santuario para personas como yo, un santuario donde la terapia era el trabajo del cuerpo.

Hoy, muchos años después, puedo decir que soy muy feliz de haberme equivocado. Pero no quiero adelantarme en la historia. En ese entonces tenía trece años, era mi primer día en la organización y todavía no había superado mi entrevista. Esperaba impaciente en el hall de ingreso cuando vi la camioneta de Val subiendo por la colina.


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Offline lucas

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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #2 on: January 15, 2019, 02:27:08 pm »
La vigilante #3

Val descendió de la camioneta y entró en la mansión por la puerta de cristal que dejaba ver el hermoso parque del lote. Inmediatamente se la cercó una chica que no debía ser mucho más grande que yo. Aunque sus músculos recién se estaban desarrollando, la encontré muy hermosa. Sin ese físico marcado, quizás la hubiese encontrado fea con esa nariz aguileña y esos ojos demasiado juntos. Pero así, con los brazos desnudos y marcados, incluso cuando no ostentaban el tamaño de los de Grisela, sentí celos de su belleza. Habló muy entusiasmada con Val, le contó que ya era capaz de levantar más del setenta por ciento de su peso corporal y que había logrado fracturar su primer “símil”. No sabía de qué estaba hablando, pero quería ese cuerpo y esas posibilidades para mí. Estaba dispuesta a aceptar cualquier propuesta por parte de Val y la organización.

Val llevaba puesto un vestido negro largo y al cuerpo. Sus brazos desnudos y sin flexionar se marcaban como si hubiesen estado sometidos a un intenso ejercicio físico. Su antebrazo era del tamaño de mis muslos y sus músculos abdominales eran visibles incluso bajo la tela oscura, la presión que ejercían sobre ella daba la sensación de que el vestido se rasgaría en cualquier momento.

Mi genética siempre me favoreció. A pesar de tener solo trece años, mi cuerpo se había desarrollado muy bien. Disfrutaba mucho de las clases de gimnasia en el instituto y podía superar en velocidad a la mayoría de los chicos. Pero las chicas de la organización estaban en otro nivel. Algo me decía que incluso la niña de nariz aguileña que se había acercado a Val podía competir en fuerza con un hombre adulto.

Val era una mujer adulta, ya madura, que aparentaba rondar los treinta y cinco años. Su rostro la delataba, pero su cuerpo revelaba otra cosa. Su cuerpo, amenazador incluso en reposo, comunicaba que era intemporal, que era un santuario de poder y de fuerza, y que ya hacía mucho había superado los límites de los hombres. ¿A qué hay que someter un cuerpo para llevarlo a tal extremo?

Luego de saludarme y preguntar cómo había dormido, Val me invitó a su despacho y me acompañó por una puerta de dos metros de roble justo detrás de la recepción. Le seguí y pude ver que el vestido negro dejaba descubierta una espalda excesivamente musculosa. Cada uno de los músculos eran bultos prominentes que encerraban la terrible verdad detrás de la dedicación y disciplina de su entrenamiento: que rozaban, sin duda, la locura. Ninguna de las chicas que había encontrado podía competir con el tamaño de su espalda, la cual terminaba en dos glúteos redondos y exquisitamente formados. De repente sentí el mismo calor que me asaltó cuando Grisela había presionado mis muñecas con sus manos, al tiempo que sus bíceps y antebrazos crecían lentamente, como si el control sobre ellos hubiera sido absoluto. La sonrisa de la joven rubia entonces, de rostro poblado de pecas, me había desarmado. Había sonreído con la entera certeza de que podía romper mis brazos en cualquier momento, y de que ese poder me excitaba. Pero ahora no había contacto alguno. Todo el cuerpo enorme y trabajado de Val me invadía con el deseo de poder.

Dentro de su despacho me pidió que me sentará. Nos separaba un escritorio donde había decenas de carpetas de cuero negro apiladas una sobre la otra. Ella se sentó en un sillón de respaldo ancho que quedaba pequeño en comparación con su cuerpo. ¿Te han dado un tour? Me preguntó. Le respondí que a pesar de mi edad era una chica inteligente, y que sabía que aquella era una clínica o un centro de rehabilitación para niñas con un pasado como el mío. Val sonrío. Es una buena respuesta, me respondió, pero estás en parte equivocada. No es un centro de rehabilitación, aunque mucho de lo que se hace aquí a veces sirve como terapia. ¿Has visto los cuerpos de las chicas? Volvió a preguntar. ¿Quieres algo así? No lo dudé ni un instante y le respondí que sí, muy segura de lo que quería. Entonces me explicó parte de lo que hacía la organización:

Aquí, como ya habrás intuido, entrenamos chicas como tú. Todas las mujeres que encontraste hoy llegaron heridas, lastimadas o masacradas por alguien más, por hombres y mujeres, pero por sobre todo por hombres. La mayoría de las recién llegadas no alberga la determinación para hacer lo que necesitamos y las regresamos, aunque muchas veces les facilitamos la vida en el proceso, aunque esto prefiero guardarlo un tiempo más. Como te dije, en este lugar reclutamos niñas para perfeccionarlas física y mentalmente, pero de nada sirve si no hay una ambición detrás de cada una. No es un lugar salido de un cuento. Todo lo contrario, aquí llevamos el cuerpo y el espíritu a límites que el hombre jamás comprenderá. La fuerza, la velocidad y la inteligencia lo son todo para nosotras. Es la única forma de sanar este mundo. “¿Sanar este mundo?”, extraña elección de palabras para un lugar que aparenta ser un refugio alejado de todo, pensé. El entrenamiento que tendrás que soportar es, siguió Val, por así decirlo, inhumano, pero jamás te faltará contención, ni techo, ni comida. Este es, de alguna manera, un resumen de lo que se hace en este lugar, pero lo más importante, y esto no puedo revelarlo hasta saber algo más sobre ti, depende enteramente de tu siguiente respuesta.

Ahora dime, ¿para qué quieres algo así? Los ojos de Val brillaron de entusiasmo. Yo sabía que mi respuesta definiría si me quedaba o si me devolvían a la pesadilla de donde me sacaron. Quería agradarle, hacerle creer que deseaba lo que me ofrecían, entonces le dije que anhelaba dejar mi vida atrás y que estaba dispuesta a todo para superarme como persona. Entonces la sonrisa de Val desapareció de sus labios rojos y carnosos, y la tez trigueña de su rostro se ensombreció bajo los mechones negros que caían desprolijos sobre sus ojos.

No. Dijo.

Empalidecí. ¿Estaba equivocada? ¿Acaso mi extraña madurez no era suficiente para ser aceptada por la organización?

Entonces se levantó, y antes de salir y dejarme sola en su despacho, se inclinó y me susurró al oído: No estás siendo honesta. No nos gustan las mentiras.

No supe qué decir. Esta era la única posibilidad que tenía de cambiar el rumbo de mi vida. Sentí las lágrimas brotar sin mi permiso. Quería lo que me ofrecían allí más que nada en el mundo. Antes de poder preguntar qué se esperaba de mí, escuché la puerta del despacho cerrarse y quedé sola.

¿En qué me había equivocado? Es cierto que estaba siendo deshonesta. Quería el poder que se me ofrecía para volver, no para dejar todo atrás. Quería volver a mi pueblo y mostrarles a todos los canallas en qué me había convertido. No, no solo eso. También quería herir a esos canallas que tanto me habían lastimado. Pero, ¿cómo podía decir que deseaba ser entrenada para un fin tan violento?

Sin saber qué hacer, tomé una de las carpetas de cuero negro apiladas sobre el escritorio de Val, con la esperanza de encontrar allí alguna otra finalidad de la organización que me permitiese dar con la respuesta correcta.

Al abrir la tapa oscura, me encontré un rostro familiar y el corazón me dio un vuelco. En la parte superior de la hoja, escritas con tinta roja, estaban estas palabras: OBJETIVO: DAVID ALABE, VIOLADOR, ABUSADOR. Más abajo, la mirada de mi padre adoptivo me traspasaba como si mi cuerpo fuera de cristal, y el miedo volvió a recorrer mis venas con violencia.

Tomé, mientras me dominaba una mezcla de odio y miedo, una por una las demás carpetas. Estaban todos. Las carpetas contenían los nombres y la información de todos los canallas que me habían lastimado y ya no pude contener las lágrimas. Lloré por un cuarto de hora, sola en ese despacho alto y frío. Val había dejado las carpetas allí a propósito. Todas las hojas estaban encabezadas por la palabra Objetivo. ¿Qué planea Val hacer con ellos?, me encontré preguntando en voz alta.

Lo que tú quieras, respondió una voz detrás mío
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Offline forcada01

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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #3 on: January 16, 2019, 01:56:05 am »
Hola. Muy buen comienzo. se esta poniendo interesante jejeje. sigue con ese hilo, es adictivo. Saludos. :singing:

Offline Tetaadicto1965

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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #4 on: January 16, 2019, 09:02:39 am »
Fantástico relato. Se está poniendo MUY interesante  :clap:

Offline lucas

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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #5 on: January 16, 2019, 04:03:34 pm »
La Vigilante #4
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Volveré a preguntarte, dijo Val. Esta vez se inclinó sobre mí y estiró su brazo izquierdo, tensando todos los músculos en el proceso hasta que crecieron lo suficiente como para intimidar a cualquier hombre, para terminar posando su mano sobre la carpeta negra que descansaba sobre mi regazo. Quedé escondida bajo su inmensa sombra.

¿Para qué quieres llevar tu cuerpo más allá de sus límites? Preguntó otra vez.

Para romperles los huesos, para romperlos a todos, dije sin dejar de mirar las carpetas negras.

Val sonrió. Empiezas mañana, dijo mientras volvía a sentarse en el sillón. El primer día será el más duro. Tu cuerpo no entenderá qué está pasando y querrá defenderse, pero si tu voluntad es pura, lo soportarás, y tu cuerpo, de a poco, irá rompiendo las barreras necesarias. Tu fuerza crecerá, tu velocidad aumentará, tu inteligencia florecerá y los hombres te desearán.

Ese mismo día, en mi nueva habitación de recluta, pasé toda la tarde mirándome al espejo. Mi cara estaba consumida, mis ojos negros muy escondidos detrás de las cavidades oculares, y mi cabello negro caía pajoso y desprolijo. Mi cuerpo, a pesar de ser esbelto, casi no tenía músculo. Mis brazos eran dos ramitas que apenas se animaban a asomarse más allá de las mangas de mi remera. Pero jamás había estado tan decidida en toda mi vida.

A la mañana siguiente Grisela tocó mi puerta muy temprano, incluso antes de que sonara la alarma que despertaría a las demás. Llevaba puesto un top blanco que dejaba libres y desnudas sus abultadas abdominales. No las necesitaba flexionar para que se marcaran. También llevaba un short blanco. Sus muslos tenían casi el tamaño de mi torso, con ellos podía someter y quebrarle todos los huesos a un toro. ¡Dios mío, esta chica tiene tan solo diecisiete años!

Vamos, me dijo con una sonrisa. Te mostraré el gimnasio.

La seguí por el pasillo de mi nueva ala. Su cabello rubio caía libre por su espalda descubierta. Los músculos de la rubia nórdica se movían al ritmo de su caminar. Imaginé a Grisela como un gran felino acechando, cazando a una presa con la seguridad de que su cuerpo estaba a la altura de cualquier desafío. Sus glúteos, perfectamente redondos y proporcionales a sus inhumanos muslos, debían ser la codicia de cualquier hombre. Esta niña, quien todavía no había cumplido la mayoría de edad, podía seducir a mi padre y podía someterlo a su voluntad de cualquier forma que quisiera. Sus brazos, ahora relajados, a pesar de estar marcados, solo aparentaban ser los brazos de una adicta al entrenamiento físico. Pero yo había visto lo que podían hacer. La noche anterior, cuando me había tomado por las muñecas, sus músculos, no solo los de sus brazos, sino también los de sus hombros, habían crecido de a poco hasta tomar un tamaño irreal. Grisela los había controlado a su placer. No solo habría podido romper mis dos brazos entre sus manos, con ellas habría podido romper en dos el tronco de un árbol.

Llegamos hasta el final del ala. Frente a nosotros, dentro de un espacio cóncavo en la pared, se alzaba la escultura de una mujer. Con su mano izquierda sostenía un ciervo desde sus cuernos, mientras que su mano derecha se alzaba por detrás para alcanzar un carcaj repleto de flechas.

Artemisa, dijo Grisela. La diosa Cazadora. Val la tomó del Louvre, la escultura que ocupa su lugar hoy es falsa.

Entonces la rubia pasó su mano por detrás de la cintura de la escultura y esta giró. La pared tembló y de un momento a otro, frente a nosotras, se alzó un ascensor moderno que desentonaba con el resto del lugar.

Por aquí, me dijo.

Ingresamos en una amplia caja de metal, donde vi, por encima de un tablero eléctrico, una pantalla que mostraba los diferentes cuartos de la mansión y el predio de ingreso.

A partir de aquí encontrarás monitores de vigilancia como este, dijo Grisela. Si bien la mansión está muy bien escondida y sobre un terreno privado, las chicas que habitamos aquí no estamos dentro de los límites de la ley. Debemos protegernos como podemos de cualquier invasión. Ahora estamos yendo al sector de entrenamiento. ¿Ves los cuatro botones de colores que decoran el tablero? El azul es para la planta alta, donde están las habitaciones. El rojo es para acceder a la piscina, donde podrás refrescarte luego de tu día de entrenamiento. El verde nos lleva ahora a los gimnasios.

¿El naranja? Pregunté al notar que Grisela se lo había saltado.

Todavía no estás lista para ese, me dijo entre risitas. Mira, llegamos.

Las puertas del ascensor se abrieron de manera automática y descubrieron una sala gigantesca. Debía ser igual o mayor a la superficie de la mansión sobre nuestras cabezas, pero estaba poblada de máquinas de entrenamiento. Desde donde estábamos no se alcanzaba a ver el fondo del lugar. Una luz cálida lo iluminaba todo y encontré el espacio fresco y debidamente ventilado.

Hoy te entrenará Midori, me explicó. Es una de las chicas de alto rango del lugar. En total, bajo el liderazgo de Val, somos seis las que pertenecemos a la jerarquía más alta, las Hipólitas. Creo que ya conoces a Midori, las demás están con asignaciones.

“¿Asignaciones?”, me pregunté. Quizá tenían algo que ver con las innumerables carpetas negras en el despacho de Val.

Luego están las reclutas avanzadas, siguió Grisela. En total tenemos siete activas, que ahora se encuentran con tareas de reconocimiento. Y finalmente están las nuevas reclutas, quienes tiene un periodo obligatorio de entrenamiento de dos a tres años antes de hacer tareas de campo o de reconocimiento. Y hoy solo eres tú y….

En ese momento se acercó la chica que había estado hablando con Val el día anterior. Se presentó como Lana y tenía doce años, uno menos que yo. Su cuerpo empezaba a mostrar los frutos del entrenamiento.

Bueno, dijo Grisela. Allí viene Midori, las dejo.

La joven volvió a entrar en el ascensor y me dedicó una sonrisa antes de que las puertas automáticas se cerraran.

Del fondo del lugar emergió la mujer asiática. Esta vez la pude ver en todo su esplendor. El tamaño de su cuerpo superaba incluso al de Grisela. Sus brazos eran inmensos, casi como los de Val. Llevaba puesta una musculosa que, al igual que el día anterior, revelaba sus desarrollados pectorales, que ahora empujaban la piel de Midori como dos bloques trigueños repletos de fibra y poder. En sus piernas llevaba la parte inferior de una bikini. Estaba húmeda y decoraba dos muslos y glúteos de contextura latina. No era difícil adivinar que, a pesar de la voluptuosidad de sus curvas,  estas eran duras como el acero.

Hoy cruzaremos barreras, me dijo mientras tomaba mi rostro entre sus manos. Y mañana también. Pero primero, comeremos. Comerás más que en toda tu vida.

En su mirada no había más que poder y seducción.

Lana me estudió de arriba abajo mientras sonreía. A pesar de tener un año menos que yo y ser de menor estatura, su cuerpo musculoso me llevaba una enorme ventaja. Parecía una versión más musculosa de esas gimnastas jóvenes que se pueden ver en las olimpíadas. Sus brazos estaban hinchados y marcados. Los músculos de sus piernas aparentaban ser los de una mujer mucho mayor y de seguro su fuerza podía superar con facilidad a niños mayores. Incluso podía imaginar a esa niña de doce años repleta de seguridad superando en fuerza a un adulto. Me sentí intimidada.

Voy a divertirme, me dijo sonriendo y con algo de malicia. Creo que me gustas.
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Offline lucas

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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #6 on: January 17, 2019, 09:17:43 pm »
La Vigilante #5
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Luego de desayunar una abundante comida proteica, Midori nos llevó al fondo del gimnasio, donde se encontraban las maquinarias adecuadas para las reclutas novatas. Lana ya había superado esa instancia y entrenaba con maquinaria más pesada. No podía creer la fuerza que tenía su cuerpo. Empezó a calentar con flexiones en vertical. Sus brazos, hinchados por la resistencia, no cedían. Llegué a contar quince repeticiones. Al bajar lentamente, para estresar sus músculos, sus bíceps explotaban de poder y una vena larga se dibujó sobre ellos como un río. Al percibir la manera en la que la observaba, sorprendida por semejante poder a tan poca edad, me dedicó una sonrisa.

No te preocupes, dijo Midori. Lana también tiene un largo camino por delante. Ahora debes preocuparte por que tu voluntad supere los límites de tu cuerpo. Hoy lo romperemos, y por la noche, cuando te hayas desmayado de cansancio, volverá a armarse y estará listo otra vez por la mañana.

No sabía en lo que me metía, pero estaba preparada.

El entrenamiento para cualquier recluta se dividía en cuatro bloques. Entre ellos debíamos comer. Midori me explicó que todas las noches algunas chicas, asignadas arbitrariamente, preparaban las comidas. Val planeaba todas nuestras dietas, estudiando antes a cada candidata por separado. Comíamos seis veces al día. Los bloques de entrenamiento representaban las cuatro grandes áreas que debíamos perfeccionar.

El primer bloque estaba destinado a la fuerza física, donde nos sometían a levantar peso muerto de manera progresiva para luego realizar ejercicios de peso corporal y así terminar de romper las fibras musculares.

En el segundo bloque, luego de otra abundante comida, entrenábamos velocidad y elasticidad. Cada una seguía un detallado plan con ejercicios de atletismo, donde debíamos romper marcas semana a semana, las cuales Midori anotaba en una pizarra blanca. Para ello salíamos al parque del predio, donde había una pista olímpica de atletismo. 

El tercer bloque, y mi preferido, era el de las artes marciales. Las reclutas podíamos escoger tres disciplinas y hasta un arma a perfeccionar. Yo me incliné hacia el Jiu-jitsu y el manejo de la jabalina, mientras que Lana practicaba Judo y siempre remarcaba que prefería su cuerpo como arma.

El último bloque pertenecía a la inteligencia. Allí aprendíamos sobre cultura general, sobre el mundo. Desde matemáticas hasta idiomas. De lunes a domingo.

Todas las “hipólitas” eran expertas en artes marciales, pero durante los primeros tres meses Lana y yo solo fuimos entrenadas por Midori y Grisela. Aunque ya habían regresado algunas de las otras chicas, sobre quienes hablaré en otra ocasión.

Los días se sucedían y una extraña voluntad crecía en lo profundo de mi alma a medida que mi fuerza aumentaba. Habían pasado cinco meses y ya podía levantar más que mi propio peso en press de banca plano (levantaba unos sesenta kilos).  De otra forma no habría podido superar ni siquiera los primeros días en la mansión. Si algo me hizo continuar, fue el aumento seguro y paulatino de mi fuerza. Recuerdo estar postrada, por la noche en mi habitación, con todos los músculos temblando, debatiéndose, protestando, pero creciendo. No podía levantar un dedo. Lloraba mientras Lana cargaba con mi cuerpo destruido desde el gimnasio hasta mi habitación.

Desde el primer día, Midori mutó su apacible y jovial personalidad en un temperamento imperturbable de disciplina estoica. Los descansos eran pocos y aislados. Algunas veces nos permitía descansar dos días consecutivos, donde nos prohibía tocar las máquina en el gimnasio. Nosotras usábamos esos días libres para observar a Midori y Grisela entrenar artes marciales. Combatían con una violencia increíble. Mientras más se prolongaban sus prácticas, más crecían y se tensaban sus músculos. Nunca olvidaré cómo esos cuerpos estresados impactaron en mí, aquellas piernas y brazos hinchados y marcados en tamaños irreales. Dos bestias salvajes. Dos seres superiores. En ese entonces noté una gran diferencia entre sus cuerpos dispuestos para el combate y sus cuerpos relajados. En estado de reposo eran cuerpos atléticos, hermosos y seductores. Estresados se volvían máquinas de guerra repletas de poder y velocidad, sus músculos crecían y podían pasar tranquilamente por fisicoculturistas. Pero no utilizaban sus cuerpos para competir en un concurso de belleza. Ellas deseaban someter y lastimar. Era un espectáculo. A pesar de que Grisela era más baja y rápida, la mayoría de las veces terminaba bajo los inmensos muslos, brillosos de sudor, de la asiática. Mientras las observaba, una descarga eléctrica recorría mi cuerpo y no deseaba nada más en el mundo que disponer de ese poder para mí.

La primera noche en que fui capaz de moverme fuera de mi cama, luego de casi un año de entrenamiento, me levanté y me dirigí al espejo de cuerpo completo que tenía en mi baño privado. Mis músculos se quejaban, pero quería verme luego del entrenamiento. No había un espejo en toda la mansión, ni siquiera en el gimnasio. Solo en los baños de las habitaciones privadas podíamos apreciar nuestro avance. Entonces encendí la luz y esta reveló a otra persona. Ya no era la niña de cabellos descuidados y cuerpo raquítico. Mis brazos llenaban las mangas de la misma remera que antes colgaba libre y suelta. Todo mi cuerpo estaba hinchado. Mis cuádriceps, a pesar de ser todavía pequeños, eran dos bultos protuberantes que temblaban. “Poder”, pensé. Decidí sacarme la remera y quedé en ropa interior. Mis líneas abdominales empezaban a tomar forma bajo unos pechos pequeños, los cuales a su vez eran empujados por pectorales demasiado trabajados para una niña de catorce años. Entonces flexioné mis brazos. Los levanté y los trabé. Crecieron y eran grandes. Mis bíceps estresados eran más grandes de lo que había imaginado.

Nunca más volví a sentirme débil. Mis músculos alcanzaban casi el mismo tamaño que los de Lana, pero todavía podían crecer más, mucho más. Midori me había anunciado que ya era tiempo de practicar combate real con mi compañera recluta. Quería ver el fruto de mi entrenamiento y yo no podía esperar. Entonces, mientras miraba mi nuevo cuerpo atlético, que ya empezaba a tener síntomas de una fuerza y velocidad capaces de someter a un hombre adulto, me volvió a invadir el mismo calor de aquella vez, de cuando Grisela me había tomado por las muñecas y había aumentado a placer el tamaño de sus brazos. Dejé de flexionar mis bíceps y mis manos se posaron sobre los bultos abdominales que amenazaban con explotar bajo mi piel. Luego subí por mis dorsales y terminé sintiendo la dureza de mis hombros. Ahora estaba cruzada de brazos, los bíceps todavía amenazantes, prominentes. El calor aumentaba y me invadía el deseo. Con ese cuerpo podía romper a mi padre en dos. Estuve a punto de perder la conciencia. Volví a bajar las manos hasta posarlas sobre mi ropa interior un poco húmeda.

Sonreí y el espejo me devolvió la sonrisa.
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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #7 on: January 19, 2019, 09:28:48 pm »
La Vigilante #6

Pasaron tres años y me gradué como recluta avanzada, luego de incursionar en tres reconocimientos. Lana se graduó unos meses antes y ahora trabaja en el campo.

Durante el tiempo que duró mi entrenamiento vi desfilar un sinfín de chicas nuevas que intentaron ingresar en la academia. Solo una logró soportar los primeros días y ahora entrena con Aanisa, una de las hiṕolitas. Pero esto lo dejo para después.

No pretendo seguir narrando mi vida en la academia. Creo que ya disponen de una idea más que clara sobre qué hacemos allí: entrenamos nuestros cuerpos y nuestras mentes para llevarlos más allá de los límites humanos. Ahora quiero llegar al arco principal, a la razón por la cual aparezco… (no), Aparecemos en las tapas de los periódicos de la ciudad como La Vigilante. Para ello voy a contarles mi pasado más reciente, mis primeros reconocimientos.

Las Hipólitas llaman reconocimiento a las pruebas que debemos superar las reclutas más allá de la mansión para llegar al nivel avanzado. Durante nuestros entrenamientos finales en artes marciales, practicábamos a diario con “símiles”, figuras de goma que imitan la consistencia y dureza de un cuerpo humano y su esqueleto. Los últimos entrenamientos a los que Midori y Grisela nos sometieron en aquel entonces consistieron en golpear estos símiles hasta poder romper los huesos en su interior..

Tanto Lana como yo lo logramos al primer intento.

Los húmeros, los fémures, las costillas, el cráneo y, finalmente, los más importantes, los huesos en el cuello.

La importancia de este ejercicio radicaba en que durante los reconocimientos entablaríamos combate físico con diferentes hombres.

Luego de la ceremonia donde nos agasajaron y nos nombraron reclutas avanzadas, Val nos explicó que pronto nos llevaría al cuarto naranja y nos revelaría nuestra primera misión.

Yo me convertí en experta en javalina. Mi lanzamiento superaba los 120km/h, algo que solo la fuerza de unos brazos inhumanos puede alcanzar. Sí, ya había dejado de ser la niña llorona y taciturna que habían construido mis padres postizos y los demás niños en mi colegio a fuerza de abusos y burlas. Ahora en el espejo veía una mujer hermosa. Mi cabello oscuro atado en una cola de caballo dejaba ver un rostro fresco de tez blanca. Mis ojos ya no eran los ojos hundidos de una muerta en vida, sino que durante el transcurso de los años habían adoptado el color esmeralda de la vitalidad. Mis labios se volvieron carnosos y muy rojos.

El excesivo entrenamiento físico me había dotado de un cuerpo escultural y mis músculos estaban trabados incluso en reposo. Yo me había cuidado de no llegar al tamaño de los cuerpos pesados de Val o de Midori. Además de romper a los hombres, también deseaba seducirlos. En ropa interior cualquiera pensaría que era una competidora de Body Fitness, pero bajo el estrés adecuado, mis músculos podían aumentar dos o tres veces su tamaño.

Lana, en cambio, era experta en combate cuerpo a cuerpo, y no había estado interesada en cuidar su tamaño. A pesar de tener ya más de quince años, su cuerpo superaba en tamaño al de Midori. Las Hipólitas estaban de acuerdo en que era una prodigia entre nuestras filas.

Yo no podía estar más contenta por ella. La superaba en velocidad y gracias a ello nuestras prácticas de combate se estiraban algunos minutos, pero en cuanto ella lograba conectar con mi cuerpo, se terminaba el juego para mí. Éramos el dúo perfecto. Ambas medíamos un metro setenta y solo nos diferenciaba el tamaño del tren superior de Lana, mucho mayor al mío. La niña de ojitos claros y cuerpo apenas marcado se había transformado en un monstruo de protuberancias y venas repletas de poder.

Sus pectorales apenas dejaban visibles dos pezones perdidos bajo el top negro que gustaba vestir.

Sus abdominales, un pack de ocho bultos que siempre estaban desnudos y cubiertos de sudor, aparentaban poder soportar el peso de un camión sin esfuerzo.

Sus piernas eran tan grandes como las mías, pero el entrenamiento al que se había sometido le impedía correr tan rápido como yo. Ella había superado la marca de los cuarenta kilómetros por hora, mientras que yo había superado los cincuenta.

(Sí, soy más rápida que el hombre más rápido del mundo, ya les contaré qué puedo hacerle a un hombre gracias a esto).

Entonces cumplí los diecisiete años y Val me fue a buscar muy temprano por la mañana a mi habitación. Cuando tocó la puerta la atendí en ropa interior. La Hipólita me miró desde su altura, me superaba por casi quince centímetros, y sonrió al ver mi cuerpo entrenado y musculoso casi desnudo.

Es hora de ir al cuarto naranja, me dijo. Lana ya espera allí junto a vuestro primer objetivo.

Mentiría si dijera que no paré de sonreír durante todo el trayecto.

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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #8 on: January 23, 2019, 08:34:20 pm »
La Vigilante #7
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Una vez dentro del ascensor, Val retiró el tablero electrónico y reveló el ojo de una cerradura. Luego sacó una llave, la ingresó y la giró. El ascensor empezó a moverse.

El interruptor naranja es falso, dijo Val. No lleva a ninguna parte. En cambio…

Las puertas del ascensor se abrieron y ante nosotras apareció un cuarto pequeño donde había una mesa redonda con seis sillas de madera. Un gran ventanal mostraba el predio trasero de la mansión, el hermoso bosque de pinos que coronaba la estancia no aparentaba tener fin.

Bienvenidas al cuarto naranja o, como me gusta llamarlo a mí, la mesa de las Hipólitas.

Sobre la mesa había dos carpetas negras, como las que había visto en el despacho de Val.

Dentro están sus primeros objetivos, nos advirtió Val. Lana apenas podía contener la excitación, se adelantó y tomó una de las carpetas abriéndola de par en par.

Mafiosos, dijo la joven de cabellos rubios y rostro infantil. Su cuerpo todavía permanecía hinchado por el ejercicio matutino. Lana se levantaba mucho más temprano que cualquiera de las chicas, incluso más temprano que las Hipólitas, para empezar su calentamiento. Los músculos en su gigantesca espalda amenazaban con romper la fresca piel; subían y bajan al ritmo de una respiración exaltada.

Estoy deseando probarlos, dijo Lana y flexionó los músculos de su brazo derecho. El bíceps empezó a crecer, primero tembló, como si se resisitiera, y luego soltó y un bulto duro apareció coronado por una protuberante vena azul.

Val sonrió. Irán con Grisela, nos anunció la Hipólita. Ella evaluará su desempeño. Será esta noche dentro de un bar en el centro de una pequeña ciudad cercana. Partirán en nuestro avión privado por la tarde.

Era mi primera prueba. Sentí cómo mis músculos se tensaban y su fuerza recorría mis venas como una descarga eléctrica. Noté que mis músculos abdominales se habían abultado y habían crecido sin que tuviera que estresarlos. Un pack de seis bultos de poder temblaban bajo mi piel. De la misma manera, mis brazos habían crecido unos centímetros sin ser yo consciente de ello. También sentí mis muslos hinchados de poder, presionando la tela de mis pantalones de gimnasia y empecé a escuchar que se estiraba y se rajaba. No solo el cuerpo de Lana, sino también el mío pedía a gritos ser usado.

Lana y yo aprovechamos el resto del día para practicar ejercicios de combate. A veces Midori interrumpía su entrenamiento para observarnos. Las primeras veces nos gritaba consejos y nos ayudaba con nuestra técnica; pero ahora solo nos veía luchar por el placer de hacerlo. Mi cuerpo veloz y ágil y el cuerpo duro y fuerte de Lana hacían de nuestras luchas una partida de ajedrez, aunque siempre terminaba ella por vencerme. No porque sus piezas dispusieran de más movimientos, sino porque no parecían tener fin.  Aunque utilizara toda mi fuerza y mis golpes impactaran una y otra vez contra su cuerpo, una vez que me sometía con una llave, sin importar si usaba sus piernas o sus brazos, yo ya no podía salir, y estaba segura de que, si la gigante rubia lo deseaba, podría romper mis huesos con la mitad de sus fuerzas. Unas pocas veces yo lograba colocarme detrás y tomarla por el cuello y, aunque ella se debatía para lanzarme por los aires, mis brazos, también extremadamente fuertes, lograban someterla y el rey finalmente caía.

Por la tarde nos vestimos. Lana optó por una chaqueta de cuero sobre una musculosa blanca y debajo una pollera larga y apretada. Me dijo que llevaría una chaqueta para ocultar sus brazos. Vestida de esa forma casi aparentaba ser la chica de dieciséis años, aunque las curvas de sus piernas la traicionaban y revelaban una maduración temprana. Yo, en cambio, tenía la libertad de llevar algo más suelto. Elegí un top negro y un short de jean malgastado. Me vi al espejo y encontré una hermosa mujer de tez blanca y cabellos largos y negros que podía seducir a cualquier hombre. Entonces flexioné mis bíceps y estos crecieron y se marcaron rápidamente. También trabé mis muslos y se hincharon bajo mi piel, levantando el short que apenas podía contener mis glúteos, y vi a una mujer capaz de partir a un hombre al medio y superar en velocidad a un deportista profesional. Luego relajé todo mi cuerpo, antes de que la excitación me arrebatara. Debía permanecer con la cabeza fría.

La pista atravesaba el bosque, el cual además de ocultar la mansión, también servía de camuflaje. Lana y yo ya habíamos memorizado los rostros y los nombres de nuestros objetivos cuando subimos al avión. Grisela esperaba sentada en el lugar del piloto.

Luego de unos minutos, la Hipólita nórdica despegó el avión.
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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #9 on: January 24, 2019, 09:34:01 pm »
La Vigilante #8
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Entramos al bar cerca de la medianoche. Estaba ubicado al fondo de un callejón, donde debimos bajar por una escalera de metal hasta suerte de sótano mal señalizado. Allí un guardia nos pidió la clave que Grisela nos había dado en el avión y nos dejó entrar. La hipólita lo hizo primero, luego Lana, y finalmente yo, en el espacio de una hora. Dentro no debían pensar que estábamos juntas.

Cuando ingresé, Grisela hablaba con un hombre en la barra, quien no dejaba de desviar su mirada hacia las piernas macizas de la rubia, que ahora cruzadas se ensancharon aún más mostrando la musculatura propia de una mujer extremadamente atlética. El hombre, alto y corpulento, debía de ser uno de los guardias del lugar.

El espacio del bar no era muy amplio. Conté diez personas en total, incluyéndonas a nosotras. Los otros siete eran hombres. El barman, que ahora le servía otro trago al grandulón y cinco hombres más que rodeaban entretenidos a Lana junto a una mesa de billar en el centro del lugar. Entre ellos estaban nuestros objetivos.

A pesar de que hacía calor allí dentro, Lana todavía conservaba la chaqueta de cuero. Cuando me vio levantó su brazo derecho e hizo señas para que me uniera al grupo. La manga cayó y reveló por unos segundos un antebrazo demasiado grande, marcado e hinchado para una chica con un rostro tan hermoso. Lana se percató y lo ocultó rápidamente.

Cuando me acerqué, los hombres sonreían tocados por la bebida. Lana me miró desafiante por un instante.

Aquí me han dicho que ganando una pulseada puedo hacer que tomen un chupito de tequila cada uno, me dijo y me guiñó un ojo.

¿Y si pierdes?, pregunté. Los cinco hombres no paraban de mirarme. Me giré para tomar cinco “caballitos”, los pequeños vasos donde se sirve la bebida, y sentí como sus miradas atravesaban la tela de mis shorts que apenas podían contener mis glúteos duros.

“No tienen idea lo que terminarán por hacer mis piernas esta noche, nada más lejano a su imaginación”, pensé.

Si pierdo… Bueno, supongo que tendremos que tomar nosotras, me respondió Lana y sonrió. Los hombres festejaron y uno de ellos, bajo pero de brazos anchos, se adelantó y colocó su brazo derecho sobre la mesa de billar.

Vamos preciosa, dijo el hombre, sus ojos brillaban libidinosos. Hoy haré que te pongas como cuba y luego te llevaré a casa.

Lana se llevó una mano a la boca y fingió sorpresa. ¡Qué hombre tan directo!, exclamó. No era uno de nuestros objetivos.

Entonces Lana se inclinó y dejó que sus piernas estiraran la delgada tela de su pollera. Inmediatamente se formó un muslo gigantesco bajo un glúteo enorme y perfectamente redondo. Los hombres tragaron saliva al unísono. Uno de ellos apenas podía contener una erección que amenazaba con explotar bajo sus pantalones. Luego, la rubia de rostro infantil, colocó su brazo en posición y la chaqueta suelta que llevaba descubrió un bíceps enorme debajo. Vi cómo dos de ellos cruzaron miradas incrédulos.

Veo que te gusta el gimnasio, dijo el hombre y sin anunciar el inicio empezó a empujar el brazo de Lana, pero este no se movió un centímetro.

No sabes cuanto, dijo la rubia escultural, todavía mirándome con una extraña sonrisa en sus labios carnosos. Luego giró su rostro y miró a su oponente a los ojos. El hombre empezaba a ponerse rojo por el esfuerzo.

¿Comenzamos?, preguntó Lana, fingiendo una voz inocente que nunca le había escuchado. Entonces la espalda y el brazo de mi compañera empezaron a temblar y a crecer. De a poco el brazo del hombre cedía y la transpiración ocupó todo su rostro.

¿Qué pasa, Miguel? Deja de fingir que ya no puedo contener a mi amigo en los pantalones, dijo uno de sus amigos. La foto que había visto de él debía de ser muy reciente.

El hombre que jugaba la pulseada contra Lana empezó a gemir y su brazo cedía cada vez más.

Vayan sirviendo cinco “caballitos”, dijo la rubia entre risitas.

Escuché cómo la musculosa que vestía Lana se rajaba bajo la chaqueta de cuero, vencida por los músculos de su espalda que no paraban de crecer. Entonces, antes de que la chaqueta corriera el mismo destino, dejó de jugar con el hombre y de un brusco movimiento hizo que el brazo de su oponente tocara la madera de la mesa de billar. El hombre se desplomó con el rostro enrojecido y sosteniendo con dolor su brazo derrotado.

¿Qué estás haciendo? ¿Ya estás borracho? Vociferó otro adelantándose. Tomó el trago que debía por haber perdido y se sacó la camiseta, mostrando un físico esculpido y trabajado. Al prestar atención vi que lo decoraban muchas cicatrices, producto de los trabajos sucios que la mafia de la ciudad debían de haberle encomendado. Su nombre era Fermín. El informe que nos había dado Val le atribuía seis asesinatos, dos de los cuales perpetrados contra  mujeres que habían trabajado como prostitutas para su empleador. 

Miguel continuaba en el suelo tomándose el brazo.

¡Pero tú eres demasiado fuerte para mí! Exclamó Lana otra vez fingiendo una voz casi infantil.

Voy a hacer que te tomes toda la botella. Luego tendremos una fiesta con las dos, amenazó Fermín con una sonrisa perversa.

Entonces Miguel quiso levantarse y yo coloqué disimuladamente un pie sobre su pecho  y ejercí un poco de presión para impedirlo, la mesa de billar nos cubría. El hombre me miró perplejo, sorprendido por la terrible fuerza de mis piernas, y yo giré mi cabeza para un lado y para el otro sin bajar mi rostro, haciéndole saber que no debía. Entendió inmediatamente y se recostó sobre el suelo, todavía dolorido.

La pulseada había empezado. Lana miraba desafiante a Fermín a los ojos, tal como lo había hecho con Miguel, mientras el rostro de su oponente se tornaba rojo. Todos los músculos del hombre se tensaron, pero el brazo de la rubia seguía en el mismo lugar, con su bíceps a punto de romper la chaqueta de cuero.

Tengo una duda, dijo Lana volteándose hacia mí con una sonrisa. Fermín seguía debatiéndose incrédulo. ¿Cómo va a hacer este debilucho para tomar su trago con ambos brazos rotos?, preguntó, esta vez sin disimular su voz. Los ojos de Fermín se hincharon como platos y Lana bajó su brazo con fuerza. El sonido del hueso y la madera al romperse invadió el pequeño bar. Un escalofrío me recorrió por la espalda y el hombre cayó en medio de un grito de dolor.

¡Dios mío!, chilló entre llantos. ¡Me rompiste el brazo! Los demás hombres, salvo Miguel, quien seguía en el suelo, se hicieron hacia atrás.

Dios no te va a ayudar esta noche, dijo Lana con una sonrisa.

Giré hacia Grisela y esta ya había tomado al guardia por detrás. Los brazos de la hipólita crecían y se hinchaban mientras presionaban con fuerza el cuello del pobre hombre, cuyos pies ya no tocaban el suelo. No había nada que pudiera hacer.

El barman yacía inconsciente sobre la barra.

No voy a mentir, estaba asustada, pero también excitada. Muy excitada. Lana alzó a Fermín como si no pesara nada y lo desplomó sobre la mesa de billar, luego se subió sobre él y se sentó en su vientre. Tomó el brazo sano del hombre con una mano y lo giró en un ángulo imposible. El hueso crujió y Fermín volvió a gritar.

Dos de los tres hombres restantes habían tomado un palo de billr cada uno y se disponían a atacar a Lana. Entonces, decidida, me interpuso entre ellos.

Bailemos, sugerí, y pude sentir cómo mis músculos se hinchaban y se tensaban. Ya debía de tener todo el cuerpo marcado.

Me relamí.
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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #10 on: January 25, 2019, 04:36:40 pm »

La vigilante #9

Los dos malvivientes esgrimieron los palos de billar al mismo tiempo. Detuve con una mano el primero, pero el segundo impactó en mi abdomen. Por un segundo sentí un ligero cosquilleo. El brazo del hombre tembló violentamente ante la resistencia de mis abdominales, como si hubiera golpeado un pilar de hormigón, y se vio obligado a soltar el arma. Luego miré a mi primer oponente a los ojos, todavía sosteniendo su palo de billar. Sonreí. Intentaba recuperar su arma con todas sus fuerzas, pero mi brazo, ahora hinchado por el esfuerzo, no cedía. Mi antebrazo se había poblado de venas y todos los músculos ahora estaban crecidos y alerta. Cuando el hombre se percató de esto, soltó temeroso el palo de billar y se echó hacia atrás. Entonces giré mi mano y la madera del taco se rompió en dos con facilidad.

Lana, detrás, le susurraba algo a Fermín al oído, mientras este se agitaba con ambos brazos rotos en medio del dolor. Luego, la rubia amazona, lo golpeó con el puño en el rostro y todos los huesos crujieron de manera espantosa. El cuerpo de Fermín dejó de moverse. Entonces, para terminar, todavía arriba de su objetivo, Lana empezó a presionarlo con sus muslos. La pollera de la rubia se tensó y se rasgó. Dos enormes cuádriceps aparecieron, apenas un retazo de tela todavía ocultaba parte de sus glúteos enormes y exquisitamente formados. El hombre convulsionó y cuando sus costillas se rompieron escupió una gran cantidad de sangre, y sus pupilas quedaron fijas e inexpresivas.

Dos hombres habían escapado, entre ellos uno de nuestros objetivos. Pero no iría lejos. Fermín estaba muerto; el barman y el guardia, inconscientes; Miguel, en el suelo, la sangre de Fermín le había salpicado y fingía haberse desmayado. Solo uno de los maleantes dentro del bar quedaba en pie. Grisela ya estaba con nosotras.

No lo mates, me ordenó. Luego ve y termina con la misión.

El hombre no reaccionó cuando coloqué un brazo alrededor de su cuello, solo temblaba. Lo acerqué lentamente hasta apoyar su espalda contra mis pechos mientras pedía por favor que no le hiciera daño.

Tranquilo, le susurré al oído. Todo terminará en un instante.

Entonces flexioné mi bíceps y empezó a presionar su cuello. El hombre quiso gemir, pero no pudo. Luego lo levanté lentamente mientras daba patadas al aire. No pesaba nada. Presioné más fuerte y, cuando empecé a sentir que el hueso iba a ceder, dejó de moverse. Luego lo solté y cayó pesado.

No me había percatado de que mis músculos habían rajaron mi short y mi musculosa. Me deshice de ellos y quedé en ropa interior. Cuando me dirigía a la salida de emergencia, por donde habían escapado los últimos dos hombres, Grisela me llamó y me lanzó un pequeño cilindro de metal.

Si giras el sector del medio, se transforma en una jabalina, me explicó.

Salí por la puerta y utilicé un basurero para trepar hasta el techo, por donde empecé a correr. Tardé unos segundos hasta alcanzar a los dos hombres que corrían para escapar del callejón.

Sentí mis piernas desbordadas de fuerza. Crecían cada segundo, y cada vez que lo hacían me daban más velocidad. No tardé nada en alcanzarlos. Corría paralela a ellos por los techos vecinos. Una sombra bajo las luces de la ciudad.

No eran siquiera un desafío. ¿Por qué corrían tan lento? ¿Acaso no querían vivir?

Tomé la jabalina, giré el metal por el centro y una punta afilada y brillante surgió de uno de los extremos. Había practicado el lanzamiento hasta el hartazgo. No existía posibilidad de que fallara, pero no quería matarlo tan rápido. La jabalina silbó en la noche, conectó con el hombro izquierdo de uno de los hombres y la fuerza del impacto lo elevó por los aires hasta clavarlo contra una pared de ladrillos. El arma se había hundido lo suficiente y el hombre no podía soltarse.

Entonces me impulsé desde los techos y con un salto caí delante del último maleante. Mis piernas habían roto las baldosas bajo mis pies. Estaban más hinchadas que nunca. Mis protuberantes cuádriceps y mis gemelos habían adoptado dimensiones antinaturales. Me sentía repleta de poder. Todos estos años de entrenamiento sin descanso me habían llevado hasta allí.

Es hora de dormir, bebé, dije adelantándome. El hombre, al ver mi cuerpo trabado, marcado y de músculos abultados, abrió los ojos como platos, trastabilló y cayó de bruces. No podía creer que estaba ante la misma mujer.

Mientras avanzaba hacia él, toqué mis duros tríceps y los acaricié sintiendo su elevación exquisitamente pronunciada. Luego llevé mis manos hasta mi abdomen, masajeando mis abdominales rectos y pasando juguetonamente los dedos por mis oblicuos, hasta finalmente posar mis manos suavemente en mis glúteos perfectamente redondos y estresados.

Era hermosa y estaba excitada.

Era la bestia y ellos eran mi presa.
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« Reply #11 on: February 04, 2019, 09:02:59 pm »
La vigilante #10

Los ojos del hombre eran consciente de que en aquel momento no podía ser más que la presa. Estaba asustado. Paralizado. Lo único que se interponía entre él y su libertad era mi cuerpo.

Sentía todos mis músculos hinchados. Mi bíceps derecho temblaba y lo flexioné para que el hombre pudiera verlo mejor. Debía de haber crecido cerca de los cuarenta centímetros. Todo mi brazo estaba estresado. Había utilizado demasiada fuerza al lanzar la jabalina, tanta que el arma había atravesado al otro hombre de lado a lado, levantando todo su peso en el aire e incrustándolo en la pared de ladrillo del callejón.

“No necesito más que esto”, le dije y sonreí. El hombre se abalanzó sobre mí presa del pánico y esquivé su golpe con facilidad. Luego descargué mi puño sobre sus costillas y  la fuerza del golpe hizo que expulsara todo el aire con algo de sangre.

“¡Ups! Creo que rompí algo”, le susurré al oído y le besé la oreja juguetona. Otra vez había utilizado una fuerza excesiva. Tenía miedo de haberle lastimado un órgano importante. El hombre no dejaba de escupir sangre mientras intentaba con todas sus fuerzas recuperar el aire. Entonces lo tomé del cuello y alcé con facilidad sus ochenta kilos antes de estamparlo contra la pared. Ahora se encontraba junto a su compañero, quien todavía colgaba a varios centímetros del suelo, con la jabalina atravesándolo.

Tenía deseos de jugar con él antes de noquearlo.

“No te preocupes, no te quiero a ti”, le dije mientras él luchaba por aire y daba patadas contra mi duro cuerpo. Luego lo solté y cayó pesado entre gemidos y lágrimas. Empezaba a tomar conciencia de mi entrenamiento. Mi cuerpo era mucho más fuerte de lo que esperaba. Coloqué un pie sobre su espalda y presioné. Mis muslos y pantorrillas empezaron a hincharse. No paraban de crecer a medida que aumentaba mi fuerza. El hombre quiso gritar pero se atragantó con su propia sangre.

Noté que Grisela había salido junto a Lana. La Hipólita sostenía una mirada crítica, mientras que Nala sonreía. Creo que a le gustaba lo que veía, pero Grisela estaba allí para probarnos y no parecía muy complacida.

Yo sabía por qué. No debía matarlo.

Pero nada me impedía romperle la espalda.

Los músculos de mis piernas siguieron creciendo. Mis glúteos duros rasgaron lo que quedaba de mi ropa interior. Mis cuádriceps empezaron a temblar como si quisieran romper y atravesar mi piel.

CRAAAAAAAAAACK.

El cuerpo del hombre cedió, tembló un poco y luego se detuvo.

Nala se acercó con calma a nuestro verdadero blanco. Todavía colgaba sostenido por mi jabalina. Mi compañera ya no llevaba puesta la chaqueta, solo una musculosa blanca y su pollera negra. Sus pechos casi desaparecían bajo sus pectorales y sus bíceps relajados superaban en tamaño las piernas del hombre. Tomó el arma y la retiró mientras sostenía con una mano el cuerpo de mi presa, evitando que cayera. Luego colocó la mano libre bajo el mentón del hombre.

“Es mejor estar seguras”, dijo con una sonrisa.

El bíceps de Lana empezó a crecer. Una vena gigantesca se dibujó sobre la piel tensa y el cuello del hombre giró bruscamente en un ángulo imposible. El hueso no pudo resistir la fuerza de la adolescente y se rompió con facilidad.

Luego Lana soltó el cuerpo ya sin vida.
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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #12 on: February 12, 2019, 12:41:00 am »
La Vigilante #11
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Grisela levantó los dos cuerpos sin vida y los arrojó dentro de un contenedor de basura. El hombre con la espalda rota había perdido el conocimiento.

“No fue una buena idea”, me reprochó la hipólita. “Aunque pienses que se lo merecía, nosotras no vinimos por él.”

Tenía razón, me había dejado llevar. Quería probar de qué era capaz mi cuerpo y había abusado de la fuerza de mis músculos. Aquel hombre no volvería a recuperar su vida y yo no sabía siquiera si era culpable de algo o si era socio de los hombres que habíamos ido a ejecutar. Aunque es cierto que mentiría si dijera que no lo había disfrutado. La fragilidad de su espalda frente a la fuerza de mis piernas me había excitado. La forma en que mi cuádriceps había crecido frente a la resistencia del hueso y cómo ahora el músculo permanecía hinchado y estresado provocaba un sentimiento que deseaba volver a experimentar.

“Lo siento, Grisela. No he podido controlarme.” Mentí fingiendo estar arrepentida.

Entonces, el guardia que se encontraba custodiando la entrada del bar, apareció confundido y alarmado por la puerta trasera todavía abierta. Grisela lo enfrentó.

“Tranquilo. No te haremos daño.” Dijo la hipólita mientras se acercaba lentamente a él.

El hombre detuvo su mirada confundida sobre mi cuerpo. Yo me encontraba desnuda. Bajo la luz de una luna llena, mis músculos esforzados estaban más definidos que nunca. Mis pechos subían y bajaban relajados bajo mis pectorales marcados. Mis abdominales pronunciadas, cubiertas de transpiración, reflejaban una luz azulada. Mis piernas, con los cuádriceps y las pantorrillas hinchados, todavía temblaban, excitadas luego de haber roto la espalda de un hombre. Sabía que todo en mí gritaba fuerza sobrehumana.

El guardia tragó saliva y quiso volver sobre sus pasos, pero Lana ya cubría la puerta. La rubia se sostenía en pie como si fuera capaz de soportar la embestida de un tren. No había manera de que el hombre pudiera moverla.
“Lo lamento, pero tendrás que dormir un tiempo.” Dijo Grisela a sus espaldas.

El hombre entendió y en un acto de desesperación volteó levantando su puño derecho contra ella. Grisela atrapó el golpe con facilidad y el brazo de la hipólita se movió hacia la garganta del hombre.

“Lo siento, muchachote. Tal vez tenga que lastimarte un poco.” Se lamentó mi compañera.

La fuerza del golpe hizo que el hombre se tomara el cuello. En sus ojos no había más que miedo y asombro. Quiso volver a atacarla, pero Grisela esquivo el puño errático y golpeó el rostro del hombre con el dorso de su mano derecha, luego el pecho y finalmente el abdomen. Todo sucedió muy rápido. El hombre se debatía para estar en pie. Entonces la rubia se colocó detrás de él y rodeó el cuello del guardia con su enorme y musculoso brazo derecho al tiempo que le tapaba la boca con la mano izquierda.

El bíceps empezó a crecer y presionar el cuello con fuerza. Yo entendí que Grisela estaba controlando el músculo para no romper el hueso.  La mirada del hombre revelaba solo terror.

“Shhh… Todo terminará pronto.” Dijo Grisela juguetona.

Los pies del hombre no tocaban el suelo cuando perdió la conciencia.
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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #13 on: February 20, 2019, 09:12:33 pm »
La vigilante #12
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Esa misma noche volvimos a la mansión habiendo cumplido nuestros objetivos. Durante todo el trayecto nos mantuvimos en silencio. La sonrisa de Lana parecía estar tallada en piedra. Grisela solo nos dirigió la palabra antes de despegar. Nos dijo que a partir de ese momento éramos oficialmente reclutas avanzadas y que con el tiempo llegarías a sentarnos en la mesa de las Hipólitas a su lado, pero que debía hablar conmigo sobre el “pequeño incidente”.

Sí, había roto la espalda de un hombre inocente utilizando mis piernas. Pero él me había atacado primero. No pude resistirlo, en ese momento no deseaba nada más que jugar con su cuerpo. Mis músculos habían crecido con la excitación. El miedo que se había dibujado en su rostro me producía placer. Los años de incansable entrenamiento me habían llevado a ese lugar y no podía desperdiciar el momento.

Cuando llegamos, Grisela me llevó a la Sala Naranja, donde está la mesa de las Hipólitas. Allí quemó las carpetas negras. Ya no tenían ninguna utilidad, los dos hombres habían muerto. Lana había roto el cuello del primero y mi jabalina había atravesado de lado a lado al segundo. Las carpetas, todavía en llamas, fueron arrojadas a un cesto de basura, igual que los cuerpos de los hombres.

Tienes que controlarte, me dijo la hipólita. No matamos por placer. Si vamos a hacerlo, primero nos aseguramos de que lo merece.

Pero, ¿dónde trazamos la línea?, pregunté. ¿Qué acto o crimen amerita el juicio de las hipólitas y la posterior ejecución?

Eso lo decidirás tú cuando te sientes en esta mesa, dijo Grisela con autoridad y luego me ordenó que me retire.

Me sentía insatisfecha, los eventos de esa noche no me habían saciado, deseaba seguir probando los límites de mi cuerpo. No podía dormir. Todavía me invadía la excitación, la jabalina cruzando la noche, la espalda del hombre rompiéndose en dos, cediendo ante la fuerza de mis gigantescos muslos...

Me dirigí al gimnasio para entrenar, necesitaba despejar la mente y levantar peso es la mejor terapia. Al abrirse las puertas del ascensor, me encontré con que Lana había tenido la misma idea y ya se encontraba haciendo pull-ups con varias pesas colgando de su cintura. Mi corazón dio un vuelco. De alguna manera deseaba encontrarla allí. La rubia ascendía con dificultad. Sumando el peso que cargaba, podría haber colocado un automóvil y no habría ninguna diferencia. Sus enormes brazos, los mismos que habían roto el cráneo de un hombre de un solo puñetazo, se encontraban ahora hinchados y temblaban. Al verme, se dejó caer y me dedicó una sonrisa, orgullosa de encontrarme en el gimnasio.

“No podía dormir”, me dijo. Todo su cuerpo transpiraba. Las gotas de sudor descendían por sobre sus surcos abdominales, cuyos enormes bultos ahora se encontraban exquisitamente definidos por el intenso ejercicio físico. Sus anchos hombros también eran una delicia. ¿Cómo podía albergar tanta fuerza un cuerpo tan joven?

Lana volteó para guardar el peso que estaba usando y pude ver todos los músculos marcados en su espalda desnuda. Sus glúteos, mal protegidos con un short blanco de tela suave, permanecían tensos y firmes sobre unas enormes piernas bronceadas.
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Re: La Vigilante (Español) ¿Qué opinan?
« Reply #14 on: February 20, 2019, 09:15:31 pm »
Me acerqué a ella sigilosamente. Sabía lo que quería. El deseo, dirigido por esta excitación que me impedía conciliar el sueño, movía mis piernas y mi voluntad. Las imágenes de nuestro primer reconocimiento se sucedieron como una película en mi mente. Lana sobre el hombre en la mesa de billar. Sus músculos rompiendo la tela de su sudadera bajo la chaqueta. Mi pierna aprisionando el cuerpo de otro contra el piso, quien rápidamente entendió mi orden de que permaneciera allí cuando  hice crecer mi cuádriceps a voluntad. Luego otra vez la espalda de mi última víctima rompiéndose. La espalda de un hombre inocente. No me importaba.

Me excitaba.

Empecé besando los enormes trapecios de Lana. Ella no se movió. También quería esto. Mis manos dibujaron su silueta mientras se mojaban con su sudor. Llegaron a su cadera y sabía que no llevaba nada bajo el short. La prenda cedió con facilidad cuando la rasgué. Luego mis manos volvieron a subir por su cuerpo y mi cabeza se volvió liviana y caliente cuando mi tacto encontró sus abultadas abdominales. Mientras continuaba besando su espalda, ahora con la lengua.

Entonces ella volteó, me alzó desde la cintura y nuestros labios se encontraron.   


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